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Domingo 26 de Septiembre

Evangelio según San Lucas 16,19-31.






Imagen obtenida de: www.diocesismalaga.es

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. 
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, 
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. 
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. 
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. 
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. 
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. 
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, 
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. 
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. 
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'". 

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