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Abril 2012
“Año de las Asambleas de ACA”
Sumario:
1. La vida en el Espíritu
2. 1er Encuentro de Formación para Dirigentes de Niños y Jóvenes.
3. Juegos
1. La
vida en el Espíritu
Catequesis del Papa Juan Pablo II del miércoles 21 de octubre de
1998.
1. El Espíritu
Santo «es Señor y da la vida». Con estas palabras del símbolo
niceno-constantinopolitano la Iglesia sigue profesando la fe en el Espíritu
Santo, al que san Pablo proclama como «Espíritu que da la vida» (Rm 8, 2).
En la historia de la salvación la vida se presenta siempre vinculada al Espíritu de Dios. Desde la mañana de la creación, gracias al soplo divino, casi un «aliento de vida», «el hombre resultó un ser viviente» (Gn 2, 7). En la historia del pueblo elegido, el Espíritu del Señor interviene repetidamente para salvar a Israel y guiarlo mediante los patriarcas, los jueces, los reyes y los profetas. Ezequiel representa eficazmente la situación del pueblo humillado por la experiencia del exilio como un inmenso valle lleno de huesos a los que Dios comunica nueva vida (cf. Ez 37, 1-14): «y el espíritu entró en ellos; revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37, 10).
Sobre todo en la historia de Jesús el Espíritu Santo despliega su poder vivificante: el fruto del seno de María viene a la vida «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18; cf. Lc 1, 35). Toda la misión de Jesús está animada y dirigida por el Espíritu Santo; de modo especial, la resurrección lleva el sello del «Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8, 11).
2. El Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es el protagonista del «evangelio de la vida» que la Iglesia anuncia y testimonia incesantemente en el mundo.
En efecto, el evangelio de la vida, como expliqué en la carta encíclica Evangelium vitae, no es una simple reflexión sobre la vida humana, y tampoco es sólo un mandamiento dirigido a la conciencia; se trata de «una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús» (n. 29), que se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y, dirigiéndose a Marta, hermana de Lázaro, reafirma: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).
3. «El que me siga —proclama también Jesús— (...) tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). La vida que Jesucristo nos da es agua viva que sacia el anhelo más profundo del hombre y lo introduce, como hijo, en la plena comunión con Dios. Esta agua viva, que da la vida, es el Espíritu Santo.
En la conversación con la samaritana, Jesús anuncia ese don divino: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. (...) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 10-14). Luego, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: “De su seno correrán ríos de agua viva”. Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse» (Evangelium vitae, 49). Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios, para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia se dispone a acoger el don siempre nuevo del Espíritu que da la vida, que brota del costado traspasado de Jesucristo, para anunciar a todos con íntima alegría el evangelio de la vida.
Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
En la historia de la salvación la vida se presenta siempre vinculada al Espíritu de Dios. Desde la mañana de la creación, gracias al soplo divino, casi un «aliento de vida», «el hombre resultó un ser viviente» (Gn 2, 7). En la historia del pueblo elegido, el Espíritu del Señor interviene repetidamente para salvar a Israel y guiarlo mediante los patriarcas, los jueces, los reyes y los profetas. Ezequiel representa eficazmente la situación del pueblo humillado por la experiencia del exilio como un inmenso valle lleno de huesos a los que Dios comunica nueva vida (cf. Ez 37, 1-14): «y el espíritu entró en ellos; revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37, 10).
Sobre todo en la historia de Jesús el Espíritu Santo despliega su poder vivificante: el fruto del seno de María viene a la vida «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18; cf. Lc 1, 35). Toda la misión de Jesús está animada y dirigida por el Espíritu Santo; de modo especial, la resurrección lleva el sello del «Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8, 11).
2. El Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es el protagonista del «evangelio de la vida» que la Iglesia anuncia y testimonia incesantemente en el mundo.
En efecto, el evangelio de la vida, como expliqué en la carta encíclica Evangelium vitae, no es una simple reflexión sobre la vida humana, y tampoco es sólo un mandamiento dirigido a la conciencia; se trata de «una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús» (n. 29), que se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y, dirigiéndose a Marta, hermana de Lázaro, reafirma: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).
3. «El que me siga —proclama también Jesús— (...) tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). La vida que Jesucristo nos da es agua viva que sacia el anhelo más profundo del hombre y lo introduce, como hijo, en la plena comunión con Dios. Esta agua viva, que da la vida, es el Espíritu Santo.
En la conversación con la samaritana, Jesús anuncia ese don divino: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. (...) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 10-14). Luego, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: “De su seno correrán ríos de agua viva”. Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse» (Evangelium vitae, 49). Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios, para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia se dispone a acoger el don siempre nuevo del Espíritu que da la vida, que brota del costado traspasado de Jesucristo, para anunciar a todos con íntima alegría el evangelio de la vida.
Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
2. 1er Encuentro de Formación para de Dirigentes de Niños y Jóvenes.
Viernes 20 de Abril 20:15hs -
Parroquia Ntra. Sra. de Caacupé - (AV.
RIVADAVIA 4879)
Como llegar:
Subte: Estación Acoyte (Linea A)Colectivos: 2-5-8-15-25-26-55-65-84-85-86-103-112-132-141-181
Subte: Estación Acoyte (Linea A)Colectivos: 2-5-8-15-25-26-55-65-84-85-86-103-112-132-141-181
Este encuentro está pensado
para TODOS los Auxiliares, Delegados y Responsables de Aspirantes y Jóvenes de las
parroquias de C.A.B.A. Como este año tenemos las asambleas (federales y
diocesanas) es bueno compartir un momento de encuentro, que nos permita socializar
información fundamental y trabajar alguna temática compartida por todos. En
este caso nos ocuparemos puntualmente del "dirigente" abordado
desde 3 ejes diferentes.
Durante el taller compartiremos
unos mates, jugo, galletitas y otras cosas (no hace falta que traigan nada).
Esperamos contar con la presencia
de todos, ya que en el año son pocos los espacios de FORMACIÓN que se pueden
dar.
Les pedimos nos confirmen quienes
van a participar del encuentro con tiempo para poder organizarnos mejor.
3. Juegos
1.
PUNTERÍA CON PELOTA:
MATERIAL: Dos o
tres pelotas pequeñas (tipo tenis) y 6 - 8 latas o objetos a derribar.
PARTICIPANTES:
Sin límite.
EDADES: De 7 -
8 años en adelante.
DESARROLLO:
Clásica prueba en la que se colocan unas latas bien conformando una pirámide o
bien alineadas y se trata de derribar el mayor numero de ellas mediante el
lanzamiento de una pelota desde una cierta distancia.
OBSERVACIONES:
Se puede variar un poco vendándole los ojos al lanzador.
2. DARDOS:
MATERIAL: Dos o
tres dardos, una diana o un cartón o madera donde se claven los dardos.
PARTICIPANTES:
Sin límite.
EDADES: De 7 -
8 años en adelante.
DESARROLLO:
Colocar la diana a cierta distancia del lanzador, cada lanzador tendrá dos o
tres tiros, se suman las puntuaciones que obtenga en las tiradas para ver el
ganador.
OBSERVACIONES:
También se puede hacer como prueba por equipos y al final se suman el conjunto
de todas las tiradas del equipo.
3.
EXPLOTAR GLOBOS CON DARDOS:
MATERIAL: Dos o
tres dardos, globos según participantes y pita.
PARTICIPANTES:
Sin límite.
EDADES: De 7 -
8 años en adelante.
DESARROLLO: Se
atan los globos a un cuerda de pita, se coloca a los lanzadores a cierta
distancia y se les da dos o tres oportunidades. Se contabiliza quien pincho más
globos.
OBSERVACIONES:
Prueba también indicada para realizarla por grupitos y sumar el resultado total
del equipo. También se pueden dejar caer desde lo alto de un muro para que
deban explotarlos en movimiento.
4.
Informaciones.
Ü
NO TE QUEDES SIN TU REMERA!!!
Todos los aspirantes de Buenos aires quieren
tenerla.
Talles para Aspirantes - Talle para
dirigentes
Para que tengas tu remera de aspirantes o por consultas: aspirantes@gmail.com (Asunto: REMERAS)
Para que tengas tu remera de aspirantes o por consultas: aspirantes@gmail.com (Asunto: REMERAS)
Ü
Atención
Te
ofrecemos un Material Formativo para
iniciar un grupo de Niños-Aspirantes.
El
material consta de una planificación anual
y de los contenidos de los encuentros. Para más información: aspirantes@gmail.com
Ü Aspirantes de
Acción Católica
En concreto queremos:
* Hacerles llegar
mensualmente un subsidio formativo
para el grupo “Aspis al toque”.
* Dar
apoyo a
aquellos delegados o dirigentes que estén trabajando con Aspirantes de Acción
Católica o quieran iniciar un grupo.
Acción
Católica Argentina – Área Aspirantes
Montevideo
850 2° Piso – (
4812-2524 – 4813-1732
¡Alabado sea Jesucristo! ¡Por siempre sea alabado!
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